En el año 2529, después de hacer el amor, T se tendía sobre la cama desnuda, envuelta en la sábana azul, junto a mí, y leíamos lo que soñaba Bolaño, que ya está muerto, que ya murió (“soñé que estaba muriéndome en un patio africano y que un poeta llamado Paulin Joachim me hablaba en francés —sólo entendía fragmentos como «el consuelo», «el tiempo», «los años que vendrán»”), y sentíamos ganas de follar de nuevo.
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