salimos de casa, de la ciudad... los cuatro, en un coche, en una autopista, nos dirigimos sin ironía a la depresión central... hablamos durante todo el trayecto... las palabras llevaban a más palabras, a más proyectos... estábamos despiertos...
al llegar, tuvimos que esperar a que nos acompañaran en el aparcamiento de una cooperativa de frutas desértica... tuvimos que comprar los bañadores que nos olvidamos, dirigirnos al hotel, dejar algunas cosas...
en la casa de nuestro amigo, preparamos la comida y comimos juntos... la conversación no se detenía, las bromas, las anécdotas... horas después fuimos a bañarnos a la piscina comunitaria donde el sol ya no tocaba... había una microscópica sensación de frío...
algunos patios de edificios colindantes daban, literalmente, al agua... abrir la puerta y caer, zambullirse... parecía que aquello no debía estar allí... era un retazo azul en el centro de un cementerio de barracas verticales... era un lugar tan pacífico como incomprensible...
jugamos como niños, lanzándonos de cabeza, buceando, haciendo carreras... no pensaba en nada en especial pero recordaba ciertas sensaciones... era como dejarse llevar en la corriente mansa de un río... disfrutaba relajadamente del momento...
paseamos por el centro y fuimos hasta la Seu... desde arriba, desde donde se divisa esa ciudad que no es precisamente bonita, continuamos hablando en la terraza de La Sibil•la... pasaron las horas mientras el cielo oscurecía...
eran casi las once cuando llegamos al restaurante... habían pasado seis años desde la última vez... un buen lugar con buen servicio e ingentes cantidades de comida por poco precio... cenamos sin dejar de conversar... una velada muy agradable...
al día siguiente tampoco había nada planeado... decidimos pasear por el río pero el calor era abrasador, nos ahogábamos... estuvimos bajo las sombrillas de un bar antes de volver a casa a comer... la digestión fue pesada porque la temperatura no dejaba de subir...
no cabía duda de que estábamos cansados, hablábamos menos y los silencios se cruzaban... de regreso en el coche no guardaba un mal sabor de boca... las ventanas estaban abiertas, el aire entraba con fuerza y no nos podíamos oír... la música estaba puesta...
pensaba en el cansancio de otros veranos volviendo de la playa... no era agotamiento ni derrota... es la pesadez del cuerpo tras el esfuerzo de correr por la arena, de saltar sobre las olas, de avanzar contracorriente...
a veces sentado en una habitación que no se mueve, frente a una pantalla fija con vídeos de un mundo móvil, se puede llegar a pensar como una piedra... merece la pena, entonces, que de la costa te vuelvan a lanzar al interior, a lo profundo...
al llegar, tuvimos que esperar a que nos acompañaran en el aparcamiento de una cooperativa de frutas desértica... tuvimos que comprar los bañadores que nos olvidamos, dirigirnos al hotel, dejar algunas cosas...
en la casa de nuestro amigo, preparamos la comida y comimos juntos... la conversación no se detenía, las bromas, las anécdotas... horas después fuimos a bañarnos a la piscina comunitaria donde el sol ya no tocaba... había una microscópica sensación de frío...
algunos patios de edificios colindantes daban, literalmente, al agua... abrir la puerta y caer, zambullirse... parecía que aquello no debía estar allí... era un retazo azul en el centro de un cementerio de barracas verticales... era un lugar tan pacífico como incomprensible...
jugamos como niños, lanzándonos de cabeza, buceando, haciendo carreras... no pensaba en nada en especial pero recordaba ciertas sensaciones... era como dejarse llevar en la corriente mansa de un río... disfrutaba relajadamente del momento...
paseamos por el centro y fuimos hasta la Seu... desde arriba, desde donde se divisa esa ciudad que no es precisamente bonita, continuamos hablando en la terraza de La Sibil•la... pasaron las horas mientras el cielo oscurecía...
eran casi las once cuando llegamos al restaurante... habían pasado seis años desde la última vez... un buen lugar con buen servicio e ingentes cantidades de comida por poco precio... cenamos sin dejar de conversar... una velada muy agradable...
al día siguiente tampoco había nada planeado... decidimos pasear por el río pero el calor era abrasador, nos ahogábamos... estuvimos bajo las sombrillas de un bar antes de volver a casa a comer... la digestión fue pesada porque la temperatura no dejaba de subir...
no cabía duda de que estábamos cansados, hablábamos menos y los silencios se cruzaban... de regreso en el coche no guardaba un mal sabor de boca... las ventanas estaban abiertas, el aire entraba con fuerza y no nos podíamos oír... la música estaba puesta...
pensaba en el cansancio de otros veranos volviendo de la playa... no era agotamiento ni derrota... es la pesadez del cuerpo tras el esfuerzo de correr por la arena, de saltar sobre las olas, de avanzar contracorriente...
a veces sentado en una habitación que no se mueve, frente a una pantalla fija con vídeos de un mundo móvil, se puede llegar a pensar como una piedra... merece la pena, entonces, que de la costa te vuelvan a lanzar al interior, a lo profundo...
3 comentarios
Emocionado y emocionante
Ignacio
Me alegro! :) Un abrazo.
Me gusta leerte, hay un mundo oculto bajo tus palabras :-) Queda bien el texto con la foto al final.
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