Pájaro bruto, pájaro triste... el uno inquieto, el otro manso... desde la percha de piedra pómez roja, inmóvil, con la actitud de quien le molesta el frenesí del compañero, mirabas a través de la puerta acristalada del balcón intentando ignorar lo que sucedía detrás... era complicado: el otro no dejaba de saltar, de escalar las rejas, de escarbar la tierra, desde el amanecer al anochecer, sin descanso...
La luz se fue apagando, pero estuviste con nosotros... os trajeron en una jaula vertical con el techo abovedado... juntos en el único palo que había, apretados el uno contra el otro, rodeados de extraños, mirabais el nuevo hogar y os despedíais sin saberlo de quien os había comprado por capricho... hicimos todo lo posible para que estuvierais mejor...
T. siempre mintió... dijo que no había planeado nada, y el primer día ya tenía una guía de cuidados entre las manos... aseguró que sólo os sacaría en fines de semana, y cada hora de cada día estaba con vosotros, primero en el vestíbulo, después en el salón... prometió que no os daría comida fuera de la jaula, y "sólo" os agasajó con ramas de mijo, pan, fruta, pipas, galletas,...
Aunque lo negara, siempre me pareció que en tu mirada había inteligencia, había una voluntad de entender, de comunicarte... si te silbaba, me respondías... jugábamos al eco... tus enormes pupilas negras me desarmaban, me resquebrajaban, me abocaban a un abismo sin traducción posible que quería salvar... sentía un profundo amor, un deseo enorme de cuidarte y protegerte...
Os conocimos con dos nombres que os cambiamos, porque nos eran extraños y porque, tal vez, buscábamos borrar el pasado... ¿quién puede deshacerse de dos animales tan hermosos, quién se inventa excusas para abandonarlos y luego comprar otro?... transacciones con diminutas vidas ajenas, desarraigadas del instinto, cautivas del hogar...
Colombo fue el nombre que, sin ser una paloma, te retrataba a la perfección... Reconocías el entorno con cautela y desconfianza, pero con la curiosidad de un investigador policial... te acercabas y te alejabas, para regresar sobre tus graciosos pasos alargando el cuello, inclinando la cabeza a izquierda y derecha... Ibas y volvías como el detective, sin el puro, pero con el mismo anhelo de conocer, de descubrir...
Achacamos tu calma creciente a la edad, pero unas convulsiones terribles terminaron en un mal diagnóstico... ¿podía un ave sufrir una enfermedad que parecía tan restringida a los humanos?... podía... eras tan pequeño que poco se podía hacer... te dimos las medicinas que nos prescribieron y pareciste mejorar... empeoraste y te pusieron un parche, y pareció que la pesadilla se esfumaba...
los últimos meses aprendiste a rascar los barrotes de la jaula para llamar nuestra atención, para que te sacáramos otra vez... al poco de llegar os compramos una el triple de grande, lo suficiente amplia para que pudierais volar dentro, sin obstáculos disfrazados de adorno para el ojo humano... cuando las patas empezaron a fallarte, cambiamos los palos por cuerdas para que pudieras agarrarte mejor...
al final siempre estabas en el hombro o el regazo de T... apenas te movías y le manchabas el pantalón... ella te amonestaba como una niña regaña a sus muñecas, enfadada con una agridulce mixtura de tristeza y rabia... pero volviste a recaer, y volvimos al veterinario, que tan poco te gustaba... recuerdo los viajes en taxi, con idas tranquilas y regresos incómodos bajo la luces veloces e intermitentes de la carretera...
A la mañana siguiente de la última visita te encontramos en el suelo de la jaula, con los ojos entreabiertos... te sacamos, te acurrucamos entre nuestras manos, nos preparamos para ir al veterinario, pero no fue posible... recuerdo mirarte a los ojos por última vez, sintiendo que querías decir algo, incapaz de comprender... estuviste en las manos de T. hasta el último suspiro y desde el primer llanto...
fuiste un buen pájaro, y te quisimos mucho... y así seguirá siendo...