Hoy domingo salió de nuevo a la luz la muerte de Gerda... corre aire, brilla el sol, se escucha a los niños jugar en la plaza... hace un año, en febrero, conocíamos su memoria por primera vez... por muchas veces que nos hubiésemos cruzado con ella, ese mes reparamos por fin en su presencia al pasarnos por el lado con una maleta llena de negativos que dibujaba un hediondo reguero de horror y silencio en el cemento...
como un fantasma, había pasado por la historia... luchó por captar lo invisible con su cámara junto a Ernö Friedman, quien finalmente guardó para la posteridad el seudónimo que ambos compartieron: Robert Capa... sin nombre, Gerda como una silueta de viento apenas se perfiló en el firmamento de la Historia...
Hace un año aparecía su memoria en una maleta mexicana... México, donde también se perdió Archimboldi junto a Bolaño, donde tantas mujeres se han perdido en mitad del desierto... los negativos de Ernö, tal vez mezclados con algunos de Gerda, en uno de esos asombrosos saltos cuánticos que hacen volar la ilusoria línea ferroviaria del tiempo, salieron de aquella maleta... y llegan ahora a esta orilla bajo un título horrible en una exposición bicéfala que desgarra definitivamente a Gerda de Capa, confirmando que la muerte le arrebató el nombre de la fama... mientras la foto del miliciano de Ernö llama al público, cayendo, la miliciana de Gerda está en guardia, tensa, empuñando una pistola... aunque el desgarro sigue creciendo...
La boca de Fernando Cambronero se abre como otra maleta: sabe quién mato a Gerda en Brunete... él es hijo de Fernando Plaza, conductor de tanques que vio cómo, en la huida, Aníbal González, otro tanquista, le pasaba por encima a la joven de veintiséis años... huían en estampida, hubo confusión, Aníbal no notó el cuerpo bajo las patas del elefante de hierro, y no hay culpa, son accidentes... lejos del lugar del suceso, cuando las máquinas de guerra se han detenido, su compañero le espeta desde el otro tanque que "se ha cargado a la francesa"... así, sin figuras retóricas, sin parcas ni abismos de oscuridad...
la pareja de fotógrafos era conocida por todos durante la Guerra Civil, pero no hubo lágrimas... ¿qué iban a hacerle?... las guerras, impías, dejan corazones de piedra flotando en balsas de aceite hirviendo, hombres y mujeres que te hablan de ella sin mirarte a los ojos, que dirigen los párpados al suelo y que prefieren olvidar, ir contra memoria en favor de la vida... Gerda no murió allí, nos dicen, falleció aquella madrugada en el hospital inglés de El Goloso después de un largo sufrimiento... ¿cuánto dolor puede soportar un cuerpo humano?...
Un niño acaba de caerse en la plaza... parece que iba a llorar pero se ha levantado... aguanta... tal vez cuando sea mayor, la figura de Gerda haya ganado el respeto y la admiración que deberían tener desde hace tiempo... o tal vez no, y el daño puede ser mayor que el de sus rodillas rascadas... ¿cuántas maletas, se puede llegar a preguntar, cuántas maletas más se tendrán que abrir para que se reconozca el lugar de tantos olvidados en el regio mamotreto de la Historia? ¿cuántas?...
Más que mil palabras
Érase tres veces Robert Capa
No es serendipia
como un fantasma, había pasado por la historia... luchó por captar lo invisible con su cámara junto a Ernö Friedman, quien finalmente guardó para la posteridad el seudónimo que ambos compartieron: Robert Capa... sin nombre, Gerda como una silueta de viento apenas se perfiló en el firmamento de la Historia...
Hace un año aparecía su memoria en una maleta mexicana... México, donde también se perdió Archimboldi junto a Bolaño, donde tantas mujeres se han perdido en mitad del desierto... los negativos de Ernö, tal vez mezclados con algunos de Gerda, en uno de esos asombrosos saltos cuánticos que hacen volar la ilusoria línea ferroviaria del tiempo, salieron de aquella maleta... y llegan ahora a esta orilla bajo un título horrible en una exposición bicéfala que desgarra definitivamente a Gerda de Capa, confirmando que la muerte le arrebató el nombre de la fama... mientras la foto del miliciano de Ernö llama al público, cayendo, la miliciana de Gerda está en guardia, tensa, empuñando una pistola... aunque el desgarro sigue creciendo...
La boca de Fernando Cambronero se abre como otra maleta: sabe quién mato a Gerda en Brunete... él es hijo de Fernando Plaza, conductor de tanques que vio cómo, en la huida, Aníbal González, otro tanquista, le pasaba por encima a la joven de veintiséis años... huían en estampida, hubo confusión, Aníbal no notó el cuerpo bajo las patas del elefante de hierro, y no hay culpa, son accidentes... lejos del lugar del suceso, cuando las máquinas de guerra se han detenido, su compañero le espeta desde el otro tanque que "se ha cargado a la francesa"... así, sin figuras retóricas, sin parcas ni abismos de oscuridad...
la pareja de fotógrafos era conocida por todos durante la Guerra Civil, pero no hubo lágrimas... ¿qué iban a hacerle?... las guerras, impías, dejan corazones de piedra flotando en balsas de aceite hirviendo, hombres y mujeres que te hablan de ella sin mirarte a los ojos, que dirigen los párpados al suelo y que prefieren olvidar, ir contra memoria en favor de la vida... Gerda no murió allí, nos dicen, falleció aquella madrugada en el hospital inglés de El Goloso después de un largo sufrimiento... ¿cuánto dolor puede soportar un cuerpo humano?...
Un niño acaba de caerse en la plaza... parece que iba a llorar pero se ha levantado... aguanta... tal vez cuando sea mayor, la figura de Gerda haya ganado el respeto y la admiración que deberían tener desde hace tiempo... o tal vez no, y el daño puede ser mayor que el de sus rodillas rascadas... ¿cuántas maletas, se puede llegar a preguntar, cuántas maletas más se tendrán que abrir para que se reconozca el lugar de tantos olvidados en el regio mamotreto de la Historia? ¿cuántas?...
Información extraída del artículo de Jacinto Antón para El País, 12/07/2009
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