—En aquellos días, Pala se encontraba todavía fuera del mapa. La idea de convertirla en un oasis de libertad y felicidad tenía sentido. Mientras se mantenga fuera del contacto con el resto del mundo, una sociedad ideal puede ser una sociedad viable. Pala fue en todo sentido viable, digo yo, hasta más o menos 1905. Luego, en menos de una sola generación, el mundo cambió por completo. Películas cinematográficas, automóviles, aviones, radio. Producción en masa, matanza en masa, masa a secas… más y más gente en barrios bajos o suburbios cada vez más grandes. Hacia 1930, cualquier observador agudo habría podido darse cuenta de que para las tres cuartas partes de la raza humana, la libertad y la dicha estaban casi fuera de su alcance. Hoy, treinta años más tarde, son absolutamente imposibles. Entre tanto, el mundo exterior ha ido cerrando su cerco en torno de esta islita de libertad y felicidad. Encerrándola firme e inexorablemente, acercándose cada vez más. Y lo que otrora fue un ideal viable, no lo es ya.
—De modo que Pala tendrá que ser cambiada… ¿es ésa su conclusión?
El señor Bahu asintió.
—En forma radical.
—De raíz —dijo la rani con el placer sádico de una profetisa.
—Y por dos motivos coherentes —continuó el señor Bahu—. En primer lugar, porque simplemente no es posible que Pala continúa diferente del resto del mundo. Y en segundo término, porque no es justo que siga siendo distinta.
—¿No es justo que el pueblo sea libre y feliz?
—No es justo —insistió—. Exhibir la bienaventuranza ante tanta miseria… es una pura hubris, es una afrenta deliberada al resto de la humanidad. Incluso en una afrenta a Dios.
—Dios —murmuró con voluptuosidad la rani—, Dios…
—De modo que Pala tendrá que ser cambiada… ¿es ésa su conclusión?
El señor Bahu asintió.
—En forma radical.
—De raíz —dijo la rani con el placer sádico de una profetisa.
—Y por dos motivos coherentes —continuó el señor Bahu—. En primer lugar, porque simplemente no es posible que Pala continúa diferente del resto del mundo. Y en segundo término, porque no es justo que siga siendo distinta.
—¿No es justo que el pueblo sea libre y feliz?
—No es justo —insistió—. Exhibir la bienaventuranza ante tanta miseria… es una pura hubris, es una afrenta deliberada al resto de la humanidad. Incluso en una afrenta a Dios.
—Dios —murmuró con voluptuosidad la rani—, Dios…
La isla, Aldous Huxley
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La isla, Aldous Huxley, trad. de Floreal Mazía, ed. Edhasa, p.112.
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