Con la barba hundida en la bandeja, que sujetaba fuertemente con las manos, llegó hasta la cama y cuando se dispuso a ponerlo todo en la mesa de al lado y despertar al señor, vio que el lecho se hallaba vacío y sin deshacer. ¡El señor no estaba!
Turbado, dejó caer una taza y tras ella el azucarero. Procuró pescar las cosas al vuelo y, al mover la bandeja, se fue cayendo todo lo demás. Sólo supo retener una cucharilla.
–¡Vaya una maldición! –decía, viendo como Anisia recogía el azúcar, los trozos de la taza, el pan–. ¿Dónde está el señor?
El señor seguía sentado en su sillón con el rostro completamente demudado. Zajar lo miró con la boca abierta.
–¿Por qué no se acostó usted, Iliá Ilich? –preguntó–. ¿Por qué se ha sentado toda la noche?
Oblómov volvió lentamente la cabeza en su dirección, miró con aire distraído a Zajar, el café derramado, el azúcar disperso por la alfombra.
–¿Y por qué has tirado tú la taza? –preguntó, y se acercó a la ventana.
La nieve caía en gruesos copos, cubriendo la tierra.
–¡Nieve, nieve, nieve! –repitió Oblómov con expresión abstraída, mirando cómo la espesa capa de nieve cubriría la valla y los surcos del huerto–. ¡Lo ha tapado todo! –murmuró con desesperación. Se dejó caer en el lecho y se durmió pesada, profundamente.
Turbado, dejó caer una taza y tras ella el azucarero. Procuró pescar las cosas al vuelo y, al mover la bandeja, se fue cayendo todo lo demás. Sólo supo retener una cucharilla.
–¡Vaya una maldición! –decía, viendo como Anisia recogía el azúcar, los trozos de la taza, el pan–. ¿Dónde está el señor?
El señor seguía sentado en su sillón con el rostro completamente demudado. Zajar lo miró con la boca abierta.
–¿Por qué no se acostó usted, Iliá Ilich? –preguntó–. ¿Por qué se ha sentado toda la noche?
Oblómov volvió lentamente la cabeza en su dirección, miró con aire distraído a Zajar, el café derramado, el azúcar disperso por la alfombra.
–¿Y por qué has tirado tú la taza? –preguntó, y se acercó a la ventana.
La nieve caía en gruesos copos, cubriendo la tierra.
–¡Nieve, nieve, nieve! –repitió Oblómov con expresión abstraída, mirando cómo la espesa capa de nieve cubriría la valla y los surcos del huerto–. ¡Lo ha tapado todo! –murmuró con desesperación. Se dejó caer en el lecho y se durmió pesada, profundamente.
Oblómov de Iván A. Goncharov, 1859
Traducción de Lydia Kúper de Velasco
Traducción de Lydia Kúper de Velasco
3 comentarios
xDDDDD
manda huevos que me vaya yo a hacer las américas y que nieve aquí, mientras los bloques de hielo se derriten allí, bajo un sol de justicia. sólo quería decir... que manda huevos.
MB
XDDDDDD Bueno, tal vez de aquí adiez ños nieva otra vez. XDDDD O de aquí a dos o tres, cuando estés por allí, aunque por la tierra del teniente Colombo te vas hartar de ver nevar, seguramente. XD
Probably. xDDDDD Colombo, dice! que es por Colón!
xDD
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