Han pasado seis años desde la primera vez... ahora es un viejo conocido que no genera el miedo de la incertidumbre... sin decir "no" a las drogas, se asume que hay que aguantar hasta que se detenga... porque la ayuda nunca será rechazada sino abrazada... la virtud del dexketoprofeno es la misericordia de la ciencia...
aprendemos a convivir con el dolor, a que el cuerpo jamás volverá a ser invisible... ¿quién sabía que tenía una espalda a los siete años?... vértebra a vértebra, se tornó translúcida desde las cervicales hasta las lumbares... no volveremos a guardar una mala postura sin sentarnos ante el tribunal de cuentas, a rendirlas y a darnos por vencidos...
la aguja se clava en el glúteo y se hace bola... sigue ahí durante un buen tiempo, mientras la materia se vuelve transparente... la afilada punzada con la que despertamos se contrarresta con otra... su magia es tan poderosa que borra hasta la memoria... ¿acaso hubo una llamada a urgencias desde el sofá ovillado como las sábanas de una noche de insomnio?...
Es como si la pesadilla nunca hubiera sucedido: leemos, jugamos, comemos, reímos... el dolor es puro presente... conjugarlo en pasado es como mirar una fotografía digital de hace veinte años... no sólo la escasa resolución hace incomprensible la imagen para los demás... uno mismo es incapaz de hacerse una idea que no parezca el argumento de una película que le contaron...
Es una amnesia de cine, una ficción quebradiza que se desmorona en cada pausa publicitaria en la que necesitamos ir al baño... y las rodillas se quejan, y perdemos el equilibro momentáneamente, y en un paso como tantos otros que ejecutamos todavía sin proponérnoslo, teledirigidos por la costumbre, un calambre sube por la ingle en un toque de atención...
el todopoderoso analgésico se vuelve terrenal, y las molestias, lejos de la intensidad apabullante de la mañana, empiezan nuevamente a hacer tangible el cuerpo... las pastillas no comparten la eficacia de la jeringa y, a cada nuevo cambio de posición sobre el colchón, constatamos el mismo dolor constante, agotador, inagotable...
En retrospectiva, uno se arrepiente de la patada que no movió la pared, del atracón a deshoras, de la siesta en el sofá, o de la impaciencia por que cicatrizara el corte de la operación... así, volvemos a tropezar con la misma piedra... aunque nuestra piel sea una cronografía veraz, bajo su superficie se ocultan demasiados hitos cuyos aniversarios acostumbramos a descuidar...
El sufrimiento es cada vez más inherente a nosotros mismos... la noche se hace larga y nadie puede acompañarnos... razonar es imposible, sólo queda esperar estoicamente... otra pastilla y nada... por breves minutos, la vela de la noche llega a apagarse... un desvanecimiento, tal vez... pero volvemos a despertar con la estocada atravesándonos el costado...
mirar el techo blanco, mimetizarse con él... levantarse, ir al lavabo, ver el fondo de la taza siempre medio vacía, como si no fuera a terminar nunca... percibir la sangre en las sienes, el sudor en el torso, el vello erizado, los músculos tensándose... nunca tan consciente de uno mismo, sin verso ni rima, sin épica, sin banda sonora... sólo azulejos y espejos...
Veinticuatro horas, frente a los días de veces pasadas... ¿cómo fue posible soportarlo?... nadie recuerda, pero uno se siente dichoso por unos instantes... luego, todos esos minutos vividos, sumados en tiempo real, se difuminan cuando el cálculo se resuelve de golpe con otra punzada de fuego... instantáneas teñidas de rojo, vueltas en la cama, poco más... sin rastro de la sensación inefable...
El cuerpo no pasa página tan rápido... aturdidos por un molesto cansancio que nos impide movernos, perdemos el fin de semana... así, medio recuperados, vamos de cabeza al lunes, al trabajo, a la rutina de las pequeñas incomodidades: la muñeca, el cuello, la vista, el codo, la espalda, la espalda... no seguimos ninguna de las recomendaciones... volvemos a la vida, al olvido de la vida...
aprendemos a convivir con el dolor, a que el cuerpo jamás volverá a ser invisible... ¿quién sabía que tenía una espalda a los siete años?... vértebra a vértebra, se tornó translúcida desde las cervicales hasta las lumbares... no volveremos a guardar una mala postura sin sentarnos ante el tribunal de cuentas, a rendirlas y a darnos por vencidos...
la aguja se clava en el glúteo y se hace bola... sigue ahí durante un buen tiempo, mientras la materia se vuelve transparente... la afilada punzada con la que despertamos se contrarresta con otra... su magia es tan poderosa que borra hasta la memoria... ¿acaso hubo una llamada a urgencias desde el sofá ovillado como las sábanas de una noche de insomnio?...
Es como si la pesadilla nunca hubiera sucedido: leemos, jugamos, comemos, reímos... el dolor es puro presente... conjugarlo en pasado es como mirar una fotografía digital de hace veinte años... no sólo la escasa resolución hace incomprensible la imagen para los demás... uno mismo es incapaz de hacerse una idea que no parezca el argumento de una película que le contaron...
Es una amnesia de cine, una ficción quebradiza que se desmorona en cada pausa publicitaria en la que necesitamos ir al baño... y las rodillas se quejan, y perdemos el equilibro momentáneamente, y en un paso como tantos otros que ejecutamos todavía sin proponérnoslo, teledirigidos por la costumbre, un calambre sube por la ingle en un toque de atención...
el todopoderoso analgésico se vuelve terrenal, y las molestias, lejos de la intensidad apabullante de la mañana, empiezan nuevamente a hacer tangible el cuerpo... las pastillas no comparten la eficacia de la jeringa y, a cada nuevo cambio de posición sobre el colchón, constatamos el mismo dolor constante, agotador, inagotable...
En retrospectiva, uno se arrepiente de la patada que no movió la pared, del atracón a deshoras, de la siesta en el sofá, o de la impaciencia por que cicatrizara el corte de la operación... así, volvemos a tropezar con la misma piedra... aunque nuestra piel sea una cronografía veraz, bajo su superficie se ocultan demasiados hitos cuyos aniversarios acostumbramos a descuidar...
El sufrimiento es cada vez más inherente a nosotros mismos... la noche se hace larga y nadie puede acompañarnos... razonar es imposible, sólo queda esperar estoicamente... otra pastilla y nada... por breves minutos, la vela de la noche llega a apagarse... un desvanecimiento, tal vez... pero volvemos a despertar con la estocada atravesándonos el costado...
mirar el techo blanco, mimetizarse con él... levantarse, ir al lavabo, ver el fondo de la taza siempre medio vacía, como si no fuera a terminar nunca... percibir la sangre en las sienes, el sudor en el torso, el vello erizado, los músculos tensándose... nunca tan consciente de uno mismo, sin verso ni rima, sin épica, sin banda sonora... sólo azulejos y espejos...
Veinticuatro horas, frente a los días de veces pasadas... ¿cómo fue posible soportarlo?... nadie recuerda, pero uno se siente dichoso por unos instantes... luego, todos esos minutos vividos, sumados en tiempo real, se difuminan cuando el cálculo se resuelve de golpe con otra punzada de fuego... instantáneas teñidas de rojo, vueltas en la cama, poco más... sin rastro de la sensación inefable...
El cuerpo no pasa página tan rápido... aturdidos por un molesto cansancio que nos impide movernos, perdemos el fin de semana... así, medio recuperados, vamos de cabeza al lunes, al trabajo, a la rutina de las pequeñas incomodidades: la muñeca, el cuello, la vista, el codo, la espalda, la espalda... no seguimos ninguna de las recomendaciones... volvemos a la vida, al olvido de la vida...