Encanto y alma

Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre
aquel que amó, vivió, murió por dentro
y un buen día bajó a la calle: entonces
comprendió: y rompió todos sus versos

No hay pan
para tanto chorizo
*
No hay Coca-Cola
para tanto Cacique
*
Mas, cabron,
retallat els collons!
*
Rajoy es un facha,
Artur Mas
*
Olele!
Olala!
República és,
el millor que hi ha
*
¡A!
¡Antí!
¡Anticapitalista!
*
Contra les tisores,
pega, pega, pega!
I contra la gavina,
gui-llo-tina!
*
Educació i sanitat,
pública i de qualitat
*
Contra la Europa del capital
lluita, lluita, lluita, lluita social!
Contra la reforma laboral
vaga, vaga, vaga, vaga general!
*
Que no
Que no
Que no nos representan
*
Norte y Sur,
Este y Oeste,
la lucha continúa
cueste lo que cueste
*
¡Rajoy, terrorista!
¡Mas, terrorista!
¡Puig, terrorista!
¡Juan Carlos, terrorista!
*
Artur Mas, dimissió!
Puig a la presó!
*
¡Awambabaluba!
¡Felip, pam, pum!
*
¡Illa, illa, illa!
¡Botín, hijo de puta!
*
Diners pels obrers,
No pels banquers!
*
La democràcia és al carrer,
davant del Parlament
*
Obrero despedido,
patrón colgado
*
¡No es crisis!
¡Es una estafa!


La impresión de que todo vale

La mayoría de las personas consumen sus vidas sin llegar a presenciar la actuación de alguien que puede realmente interpretar una canción y cantarla como es debido. Lo verán en la tele y lo oirán a través de ridículos altavoces de plástico o, con suerte, asistirán a uno o dos buenos conciertos, pero casi nadie puede hoy darse el placer de escuchar a un gran cantante en un espacio reducido, un local donde puedas sentir su aliento en la cara y el ritmo en la caja de resonancia de una vieja acústica removiendo el ambiente. Es algo brutal, incluso las personas que no saben nada de música saben que están experimentando algo de otro orden. No saben por qué, pero es como si les salieran espinillas de los antebrazos y en la nuca, y saben perfectamente que esa sensación no suele darse escuchando la radio del coche. La vulgaridad de las experiencias habituales sólo se percibe cuando pones algo genuino en la cara de la gente. El resto del tiempo vivimos con la impresión de que todo vale.

La de Dios es Cristo, de John Niven
Ed. papel de liar


Sentirse pequeño, encogerse, menguar por fuera, crecer por dentro... los oídos desacostumbrados, habituados a lo habitual, mainstring de solfeo comprimido y plano de los estantes de supermercado... podaron y decapitaron las olas del sonido, las secaron y guardaron en compartimientos cada vez más pequeños, firmaron que el disco era la música, que el destello era la llama... todos quisieron robar y robaron...

Sentarse pequeño, levantarse grande... el temblor en el suelo, a través de los adoquines, a través de la piel, de los nervios, de los músculos, en los huesos... el ritmo del que no se escapa, del que no se huye... kora, djembe, balafo, ngori, fiscorno, trombón... lenguaje extraño del lenguaje propio expropiado y extrañado... como si no fuera nuestro, como si nunca nos lo hubieran arrebatado, como si alguna vez hubiéramos hecho algo...

y nos lo dosifican en píldoras analgésicas en el momento que más duele, a través del cemento y del aire que rodea la piedra, resquebrajando el camino hasta el cerebro, la sorpresa, el regalo de manos del ladrón... sólo hay lugar para otros sonidos, como para otras palabras, cuando conviene... hay espacio para respirar, lugar de inspiración, cuando se dicta... dejan despertar, sacudir el letargo, cuando es preciso lavar el rostro del descaro...

El resto del tiempo vivimos con la impresión de que todo vale, ensordecidos, adormecidos, anestesiados, entumecidos, el pecho sucio, las manos torpes, los tímpanos callados, el silencio de una jauría atroz... ladridos, ladridos, y de tanto en tanto, dentelladas... el dolor y el sentimiento y el temblor que recorre todo el cuerpo, y la vida de vuelta de un modo arrebatador...

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