Día de playa

Dormimos mal en una noche de calor inmisericorde y despertamos discutiendo en una mañana septembrina de agosto, todavía sin la migración anual de fascículos revoloteando por las calles pero ya con los densos atascos de nubes encementando el cielo… Tras cinco soleados días de grisura en la oficina, el mapa meteorológico nos regala un inmerecido sábado de grisalla…

Cogemos el tren como un lunes en un largo trayecto silencioso, con nuestros bañadores, bocadillos, sombrillas y frustración, las gafas de sol colgadas del cuello y la palidez de los niños enfermos… no hemos tenido el peor día, hay quien ha perdido el autobús, y esperamos en un banco del paseo lleno de farolas modernistas y palmeras asesinas…

Llega un hombre feliz que ha empezado vacaciones, recuperando su sonrisa de antaño, y un dátil enorme nos cae encima, casi sesgándonos un dedo… nos apartamos y, en circunloquios, nos recomponemos… con un mensaje de móvil, nos dirigimos los tres al punto de encuentro frente a la estación, cruzando bajo el Arco del Triunfo en un intento de forzar una metáfora…

Es un reencuentro sin excesiva pompa… ha transcurrido el tiempo pero no existe un sentimiento de distancia… Los cuatro paseamos hasta el parking… ella fuma, él sonríe y nosotros disimulamos… el humo de la pira donde está ardiendo el verano no cesa pero yo encuentro, cubierto de polvo, el libro que quería comprar en el maletero de su coche mientras dejamos los bártulos…

–Quédatelo –me dice él–, me lo prestaron pero no han vuelto a recogerlo…

Foto en contrapicado del Arco del Triunfo de Barcelona

Sobre ruedas, salimos de la metrópolis… nos cuenta, ya sin el cigarrillo, todo lo que le ha sucedido en los meses que no nos hemos visto: la tesis, el estrés, la graduación, el invierno atroz… ahora descansa… pese a que hace cinco años que se marchó, le seguimos preguntando por el choque cultural, por el idioma, por las cadenas de comida rápida…

No encontramos el descampado donde queríamos aparcar el coche y estacionamos en una zona azul a escasos metros de la playa… desde el puente que cruza por encima el cauce seco se puede leer un enorme grafiti con una estelada en el que se lee en letras mayúsculas “Dependencia” después de que algún trol haya borrado ingeniosamente el prefijo…

Como hace tres semanas, la playa está casi vacía… el sol está escondido pero la temperatura es ideal… clavamos las sombrillas a medio camino del chiringuito y la orilla… me doy cuenta de que he olvidado la toalla y T. se burla de mí… la hispanogringa es la primera en lanzarse; yo, después; tercero, el chófer; y, finalmente, ella…

Ha traído sus gafas de nadar para poder usar las lentillas… aprovecha para bucear y, con la ilusión de una cría, descubre que el fondo está lleno de peces… en la superficie no hay compresas ni algas y, por debajo, los peces nos muerden los pies con inesperados aguijonazos… como si hubiera habido un escape de óxido nitroso, el conductor alegre nos contagia…

Pienso en nuestros padres, en su obsesión por veranear en la costa, magnificación incompresible y ridícula bajo la mirada corrosiva del adolescente… desde el prisma del trabajo insignificante en los polígonos, encontramos por fin el valor de la incógnita de la ecuación… no sin pena, con la tristeza de haber descubierto y asumido un secreto terrible, concordamos con ellos…

Compramos refrescos en el chiringuito, comemos, jugamos a las palas donde rompen las olas y lo hacemos mejor cuanto más nos reímos, cuanto menos miramos la pelota y más acertamos a ciegas… volvemos a ser niños pero ahora en la piel de nuestros padres… no paramos de charlar, de contarnos chistes y de hacer el gilipollas…

Me cuenta que no sabe qué hará, si seguirá allí o volverá… tiene un ataque de nostalgia… les pasa a todos: un amigo en Colonia estuvo debatiéndose entre el sí y el no durante años hasta que decidió quedarse; otro amigo en Polonia, igual, pero acabó regresando… apenas hay letras de diferencia… todo depende, al final, de si se encuentra o no aquello que decantará la balanza…


El periodista feliz no abandona su buen humor… quedan apartados durante dos semanas las fechas de entrega, la precariedad laboral y el sablazo de los autónomos… se sumerge para coger rocas del fondo y lanzarlas bien lejos… no tengo tanta fuerza para emularlo pero recojo piedra planas y las hago saltar sobre la superficie…

En el mar, nos olvidamos del enfado de esta mañana, nos abrazamos, nos besamos, me pongo malo con el bikini, buceamos, nos sueltan los otros dos alguna burrada desde las toallas, nos hacen fotos y poso cual Mitch Buchannon en pleno rescate… atestiguamos el día con un manido selfie, que no queda nada mal pese a que no mostrar ni un píxel de agua…

En algún momento el sol debe de haber brillado, tal vez cuando comíamos los helados, pero a las seis amenaza con lluvia… nos cambiamos y recogemos… no nos marchamos con la sensación de dejarnos nada… de vuelta, el cielo empieza a descargar los primeros brochazos sobre el parabrisas y decidimos ir a cenar juntos…

Vamos a un chino con buena reputación donde atienden a una velocidad caótica… se equivocan con un plato y nos lo retiran a medio comer para ponerlo en otra mesa… cuando termino el mío, sirven a la americana que, para su sorpresa, tiene ante sí una delicia culinaria de intestinos con xue cai mientras su cerdo con salsa Pekín descansa en mi estómago…

A media cena, avisan a T. de que la novela que buscaba está en una librería a dos calles de donde nos encontramos… cierran en media hora… pagamos y salimos en dirección al objetivo, bajo la lluvia, resguardados en una piña bajo el parasol naranja de propaganda… la gente mira la seta que camina sobre la acera mojada y parece exagerado pero sonríe…

Hace un tiempo de mierda pero parece que nada puede ir mejor… Conseguimos el libro de Ballard por tres euros y, ya sí, nos despedimos… entre risas, nos abrazamos y nos deseamos un “hasta la próxima”… ella se dirige a la parada del autobús; él, hacia el coche; y nosotros, a la estación… el servicio de cercanías nos empieza a devolver encima una realidad que buscamos esquivar…

Ella empieza a leer la novela en el vagón, pero yo pospongo mi libro para cuando haya acabado los dos que tengo en curso… cuando llegamos, pedimos una “devolución exprés” por los veinte minutos de retraso… en casa, nos duchamos y caemos rendidos en la cama… antes de apagar la luz, mientras deja el libro sobre la mesilla, dice:

–Creo que este libro va a ser muy deprimente…
–¿Lo vas a dejar, entonces?…
–No, lo más seguro es que lo acabe…
–Pues cuando termines me lo pasas, que yo también quiero leerlo…