Hospital y tiempo

El extrañamiento que nadie extraña de los hospitales, su tiempo raro, estático, subrayado por el malestar, por la ausencia de indicios, paredes grises, luz ceniza...

fluorescentes que se encienden en urgencias y se apagan durante un breve espacio nocturno, entre la toma de temperatura de las doce o la una y la siguiente medición de las ocho o las seis de la mañana... el techo, como la vigilia, parece no terminar nunca, iluminado o a oscuras, contemplado como un firmamento porque de costado duele, porque la vía molesta, porque el tubo del suero se enreda...


no hacer nada, estar en la cama o, cuando hay mejoría, en el sillón... dejar transcurrir el tiempo sin pensar en demasiadas cosas, meditación sin postura del loto, conscientes del propio cuerpo que aúlla o, por fortuna, aletargados bajo el efecto de algún primo lejano del opio... no importa demasiado estar de brazos cruzados porque no hay aburrimiento, hay un paso continuo pero calmo de segundo a segundo sin que estos segmentos del día tengan nombre ni volumen...

pese a las drogas, la incomodidad siempre vuelve, el malestar o, peor, el dolor se clava de nuevo... los antibióticos y los calmantes endovenosos terminan por destrozar las carreteras, por incendiar los túneles... retorcerse de nuevo en la cama, avisar a las enfermeras que acuden para sólo dejar ir alguna frase vaga, que miran con una mezcla confusa de compasión e indiferencia y luego se marchan del box porque todavía no es hora de una nueva dosis...

el desconocimiento es horror, magnifica con su miedo el suplicio hasta cotas insospechadas... saber tranquiliza, lo hace soportable, asible... pero el dolor, como gota incansable en la pétrea carne, hace mella y, con el paso de los días como sombras de vagones de trenes de mercancías, el paciente es menos paciente, se encuentra más agotado, más harto, menos estoico, y las quejas crecen y los males se multiplican...

cuando lo suben de urgencias a planta porque quedó una cama libre en el panal masificado de la Sanidad recortada a tijeretazo vil, bancos con beneficios y niños desnutridos en barracones con libros electrónicos de alta tecnología, vuelven las ventanas y la luz natural que, siempre, desde los hospitales, brilla más y mejor, es más hermosa, más apacible, más terapéutica, más anhelada...


a veces las hojas del calendario se perciben en el compañero que es sustituido por otro, y otras veces ninguno se mueve, como en una fotografía, pero siempre hay otro cuerpo ahí al lado que, aun sin palabras, comprende y recuerda también que todos estamos jodidos o muy jodidos en algún momento o casi toda la vida y que, pese a todo, no estamos solos, no somos los únicos en este mal trago de este océano inmenso...

empiezan las cariñosas visitas que demandan la misma explicación una y otra vez, uroboros de la preocupación y el amor que vienen de ese otro lado donde los relojes cuentan pero el tiempo carece de atención... sus palabras se suman a los interminables e inacabados autodefinidos, a las desbordadas sopas de letras, a las revistas más que a los libros...

el papel vence a la piedra y a la pantalla... donde la tablet y el móvil agotan, el papel prevalece porque sigue estando en blanco... en él se puede seguir escribiendo, o garabateando, o pintando bigotes ridículos que obliteran la gravedad que insistimos en conferirle a este mundo... y el techo no deja de crecer, lienzo perfecto que requeriría un poema si en la cabeza cupieran trascendencias...

el tiempo pasa así, sin equipaje, incluso feliz por la ausencia de responsabilidades, pero consciente de su paso y de su marcha, de la necesidad de aprovecharlo, de exprimir hasta la última gota, hasta la última piedra...