Mudar los hábitos

Remover cielo y tierra, separar montañas, dividir las aguas, hacer una mudanza… en el piso viejo, tuvieron que arrancar hasta las estrellas… los astros fosforescentes pegados al techo se iluminaban como ojos al apagar la luz… cuando fueron separados de su bóveda terrestre, escaparon para adherirse como corales al suelo, a las suelas, a la ropa… y no dejaron de brillar…

Al abrir la puerta por primera vez, los perros husmean los rincones nuevos y desconocidos, se mueven de una habitación a otra meneando la cola, agitados, nerviosos… llegan a dar vueltas sobre sí mismos como peonzas imantadas en el polo norte… fatigados, terminan sentándose frente a su dueño con mirada suplicante en busca de consuelo sin entender que la respuesta es un espejo y un portazo…

El amo ahora es tan esclavo como el cuerpo lo es del agua… las posesiones han mostrado su peso real, las mochilas de piedras que son, los monumentos ecuestres de plomo sobre pedestal que restaban, en suma, vacíos en los armarios olvidados de la historia… explicitan cuánta alma en almoneda se reparten los que un día pensó suyos… y unas manos que no abarcan tanto…

La jauría aúlla bajo su pecho mientras aparta, lava, recoge, clasifica, envuelve, empaca, apila, limpia, carga, desciende, transporta, sube, deja, barre, friega, desempolva, abre, reparte, coloca, ordena, reordena… parece quieto atareado en sus verbos pero, adverbialmente, se adjetiva inquieto, desubicado, cansado, harto, desesperado… parece que el parto no acaba nunca y, cuando lo hace, está la luz…


Veinte metros cuadrados más por veinte euros menos es una cifra sonriente, económica y espacial… pero cuando el sol entra por la ventana los primeros días, el espacio se convierte en distancia y el pasillo, en corredor… eliminada la rutina, se yerra, las habitaciones no son las que eran y la búsqueda se convierte en el estribillo de un violinista bajo un tejado asediado por desafines y cantes…

Ya no se oye al vecino loco que sacudía su techo para agitar tu suelo porque oía demasiado ruido y demasiada furia en todas partes, sobre todo en su cabeza de hucha que no dejaba de contar dinero… ahora resuenan en la planta superior gemidos placenteros, como si los ángeles por fin tuvieran sexo y se corrieran de gusto aplastándose contra las paredes, sobre la alfombra, contra los chirriantes muelles del colchón…

Desaparecieron la montaña y el castillo ruinoso en su cima y los edificios obreros de ladrillo apiñados en la loma, y se evaporó el mar que dibujaba el horizonte y que rompían todos los emblemas de Barcelona, reunidos en una única postal brumosa… ahora las ventanas son viñetas de Akira a refugios postapocalípticos, como ciudad Badia o la arquitectura nazificada de Gabreel, donde de noche se iluminan los techos de salones desiertos…

Y fuera todo queda cerca porque todo es conocido… junto al vecino ido, se abrían los cincuenta metros cuadrados de la palma de una mano en medio de un mar de leche… los mapas pueden dibujar lo inimaginable; puede que bajo sus líneas no haya nada o que sea tan inhabitable que acabe siendo pasto de máquinas distópicas, turistas con cartera o engominados de maletín…

Pero una mañana o una noche o un atardecer el puzle dejará de ser un rompecabezas… acabará siendo más fácil acertar el interruptor a tientas que pasear por las calles que vuelven desde la juventud y el pasado… y el caminar acabará devolviendo en el futuro otra mudanza sobre la cara del residente emigrante que, con o sin pertenencias, verá la pertinencia e impertinencia de sus actos, el peso, las consecuencias, lo consiguiente…

y sobre el nuevo suelo, bajo vieja suela, tenaz, fiel, aventurera, ladradora, mordedora, irredenta, seguirá encendida una estrella…