Otro año pasado

Recuerdo que en 2008 aprendí que la connotación de los términos siempre puede expandirse e, incluso, agravarse, tal como sucedió con conceptos como “horror” o “mal absoluto” o “hijo de la gran puta” cuando apareció la noticia de lo que Josef Fritzl le había hecho a su hija Elisabeth y a sus hijos-nietos y cómo, los canales, frente al vómito, se revolcaron y lo recrearon…

De Hadijatou Mani no se habló tanto, pero a sus veinticuatros años también había sido sadaka (esclava sexual) como Elisabeth aunque con la diferencia de que, cuando decidió huir de la cárcel de su propietario ayudada por las oenegés para rehacer su vida, el tribunal superior de Nigeria se acogió a las tradiciones y aceptó que por haber sido esclava de ese otro “hijo de la gran puta” llamado El Hadj Souleymane Naroua se había convertido en su esposa y pertenencia, peligrando así su libertad y la de su hija …

Este año que ya terminó me sirvió, asimismo, para cambiar mi actitud hacia los cajeros, contemplándolos ahora con mayor respeto, de igual a igual, sabiendo que, tras la sentencia a los asesinos adolescentes de Rosario Endrinal, la vagabunda que fue quemada por diversión, la vida de una persona sólo se tasa en el doble de la vida de un cajero, cuarenta y seis mil euros por un cuerpo frente a los veintiséis mil que se embolsó el banco sin dilación, y game over…

Diez meses antes, otra corte había abierto sus puertas al precio de la vida, reconvirtiendo por sacro golpe de talonario el que fuera Tribunal de la Muerte de Hitler, donde se condenaron a muerte a más de 1400 personas, entre ellos los doscientos estudiantes de la Rote Kapelle, en bellísimos apartamentos de lujo, gracias a cuyo alquiler mensual de cuatro mil euros se puede disfrutar de unas maravillosas vistas del lago Lietzensee y una exquisita arquitectura neobarroca…

Más presente está, sin duda, cómo nos vendieron la crisis, nos hicieron creer que nos rescatarían con nuestro dinero y, sin embargo, se salvaron ellos mismos con nuestro dinero como si no tuvieran suficiente con “el dinero obtenido de la gente que queman en sus oficinas”, demostrando que el sistema económico es todavía sostenible y amable dentro de lo abusivo e incomprensible…

¿Y no se suponía que uno se acordaba de lo bueno porque el subconsciente se encargaba de eliminar lo dañino y doloroso? Creo que voy a tener que demandar al fabricante, a ver si con suerte me cambia la conciencia por la de un banquero...